Dedicado con mucho amor a todos aquellos hombres y mujeres que dedicaron siete, diez, e incluso más años, al estudio del organismo humano, con el fin de poner un día sus conocimientos al servicio de la vida.
A mi querido médico de cabecera, Jorge González Moreno, a su amada esposa y a sus siete hijos. Gracias a él he logrado nuevamente creer en el estar vivo, en la ciencia y en el rehacer de un mundo lleno de esperanzas, cuyo único gestor es Dios nuestro señor.