Si yo pudiera hacer que las manecillas del reloj giraran hacia la izquierda,
hoy no llorarían las gaviotas cuando vienen
a mí en vuelo.
Lagrimean al conocer el placer de sus alas
y por no conocer como detener al tiempo
que enardecidamente las arranca.
Yo lloro con ellas por saber el gozo del estar viva
y por no saber detener a la muerte que me espera irremediablemente en la salida.